Amigos, llegamos a esta gran fiesta de Pentecostés —la fiesta, por excelencia, del Espíritu Santo. Una crítica a la Iglesia Occidental es que no hablamos lo suficiente sobre esta tercera persona de la Trinidad, y podría haber algo de cierto en eso. Me gustaría seguir al Vaticano II en su considerable intento de poner al Espíritu Santo en el primer plano. Nuestras lecturas de hoy nos muestran el gran poder del Espíritu —un poder que libera grandes santos, un discurso ardiente y una unidad liberadora. Entreguen sus vidas al Espíritu Santo y —créanme— aprovecharán esta fuente de poder para cambiar cosas para mejor.
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